Historia
Nuestra historia
De haber nacido en 1977 como un modesto salón de té en la calle Juan Figari 135, Don Rosalino ha sabido mantenerse durante décadas como uno de los restaurantes más entrañables y reconocidos del Perú. Sus pastas artesanales y pizzas con bordes crujientes se han convertido en el corazón de innumerables recuerdos familiares. Nada de ello habría sido posible sin el sacrificio, la visión y la perseverancia de nuestros fundadores: Elizabeth Zagastizabal y Jaime Castro.
En pleno corazón de Miraflores, Elizabeth y Jaime inauguraron Shenandoah, un pequeño salón de té pensado como un espacio cálido donde cada taza de café y cada bocado pudieran convertirse en un momento especial. Desde el primer día, impregnaron el local con su dedicación y pasión, convencidos de que el esfuerzo constante abriría camino. Sin embargo, la competencia era feroz y las ventas bajas; el sueño de Shenandoah parecía desmoronarse y el cierre se asomaba como una posibilidad.
Aun en medio de la incertidumbre, Elizabeth conectaba con sus clientes. Entre ellos estaba Rosalino, un argentino con raíces italianas que solía acudir a conversar y disfrutar de un café. La amistad entre ambos creció hasta convertirse en confianza mutua. En una de esas charlas, Elizabeth compartió su preocupación: Shenandoah no lograba despegar. Rosalino propuso transformar el salón de té en un restaurante de pizzas y se ofreció a encargarse de la cocina aportando sus recetas. La idea, arriesgada y fresca, resonó en Elizabeth y Jaime, quienes aceptaron el desafío.
En apenas dos semanas, Shenandoah dejó de ser un salón de té y se transformó en un restaurante lleno de aromas tentadores. El 28 de julio de 1977 abrió sus puertas el renovado espacio bajo un nuevo nombre: Don Rosalino, en honor al hombre que había inspirado el cambio. Desde su apertura, el local se llenó de familias y visitantes, mezclando risas con el olor a masa recién horneada y salsa casera. Don Rosalino no era solo un restaurante; era un punto de encuentro. El boca a boca hizo lo suyo y pronto las colas para conseguir una mesa se extendían por la cuadra. El crecimiento fue vertiginoso y el local original quedó pequeño frente a la demanda. Con el tiempo, Rosalino decidió emprender nuevos rumbos, pero su huella permaneció.
Elizabeth y Jaime asumieron plenamente la conducción del restaurante, dividiéndose las responsabilidades: ella en la cocina y él en la gestión administrativa. No tardó en incorporarse Giuseppe “Pino” Ruggero, cuya maestría en la cocina italiana enriqueció el repertorio de recetas. Con Pino, Don Rosalino incorporó pastas y preparaciones que añadieron autenticidad y elevaron el nivel culinario, consolidándose como uno de los más representativos de la ‘calle de las Pizzas’ en Miraflores. La zona se convirtió en un ícono de la vida limeña nocturna, y el restaurante permaneció como un refugio familiar, donde la tradición italiana podía sentirse en cada detalle. El matrimonio abrió nuevos locales en San Borja y Miraflores, manteniendo siempre el compromiso con la calidad y reproduciendo la calidez inicial donde cada persona se sentía bienvenida. Familias, adolescentes, adultos mayores y parejas encontraban su espacio en Don Rosalino.
El paso de los años trajo decisiones difíciles, como cerrar el local original en Juan Figari. Aunque fue emotivo, concentrar los esfuerzos en los nuevos locales era necesario para asegurar la continuidad del proyecto. Don Rosalino siguió creciendo y afianzando su reputación, siempre fiel a su esencia: buena comida, transparencia en la preparación y un ambiente familiar. La cercanía con los clientes se mantuvo como un rasgo distintivo, transmitiendo confianza y generando fidelidad, convirtiendo al restaurante en parte de la memoria colectiva de varias generaciones.
El tiempo también trajo ausencias. La partida de Elizabeth en 2019 significó un golpe duro: era el alma de la cocina y el corazón cálido del negocio, y su legado sigue vivo en cada receta y en la forma en que enseñó a valorar la tradición. En 2024, también despedimos a Jaime, cuyo temple, disciplina y visión fueron fundamentales para sostener y dar rumbo al proyecto. Ambos dejaron una huella imborrable y, aunque ya no estén físicamente, sus gestos, enseñanzas y fuerza de ejemplo se hacen presentes en cada detalle, desde la sonrisa con la que se recibe a un cliente hasta la dedicación con la que se sirve cada plato.
Hoy, Don Rosalino sigue siendo un homenaje vivo a ambos. Sus hijos, herederos de esa pasión y compromiso, lideran el restaurante con la misma convicción, manteniendo la calidad y el espíritu familiar que nos caracterizan. A su lado, se encuentran trabajadores que han acompañado esta historia durante años, mozos que ya son parte de la familia y representan, en cada gesto, la lealtad y cercanía que nos distinguen.
Don Rosalino no es solo un restaurante: es un espacio donde tradición, sabor y afecto se entrelazan. Es el resultado de la perseverancia de una pareja de soñadores que, con sacrificio y pasión, supieron transformar un pequeño salón de té en un referente de la gastronomía italiana en el Perú.
Gracias, Elizabeth. Gracias, Jaime. Gracias por tantos #MomentosInolvidables.